Viernes, 18 Enero 2019 18:23

Stemonio de felicidad

simone huneaultGracias al Sr. Jacques Théberge, I.V.Dei,

Por haberme invitado a hacer una relectura de mi vida para testimoniar humildemente de la Felicidad que se enraíza en mí con el paso de los años.

Joven adulta tuve la felicidad de llegar a ser miembro del Instituto Secular Las Oblatas Misioneras de María Inmaculada. Soy pues una laica consagrada llamada a vivir y a dar testimonio del Amor de Cristo en pleno mundo.

Toda persona tiene una misión allí donde está llamada a estar. Nosotras las Oblatas tenemos la misión confiada a los miembros de los Institutos Seculares: ejercer una presencia responsable y una acción transformadora en el corazón de las realidades cotidianas, para orientarlas en el sentido del Evangelio. Es por consiguiente en el corazón del mundo, por medio de nuestra forma de ser y de actuar en nuestra profesión, oficio u otros compromisos, donde vivimos nuestra consagración a través de los votos y que participamos en el advenimiento del Reino de Dios en la Tierra.

Misionera en todas partes donde Cristo tiene sus derechos, la Oblata puede permanecer en su medio o ir a vivir en otro lugar o país. Por mi parte, yo sentí el llamado de ser misionera en otro país. ¡Qué felicidad cuando me ofrecieron ir a Bolivia! Durante más de 25 años viví en Oruro, ciudad situada aproximadamente a 3,700 metros de altitud, y luego, durante unos quince años, en el Valle de Cochabamba. Los Padres Oblatos, colegas de nuestro fundador, el Padre Louis-Marie Parent O.M.I., acogían a las oblatas en sus parroquias y trabajábamos según nuestros talentos, nuestra profesión y creatividad, respondiendo a las necesidades del medio.

En Bolivia, siendo maestra de profesión, trabajé en la alfabetización de adultos, en educación popular en el campo social, en la implantación y animación de las Comunidades de base…  Las diversas actividades, sobre todo los logros, me brindaban una felicidad que resumiría en una satisfacción y un desarrollo personales. Pero un pequeño acontecimiento me llevó hacía algo más profundo.

Una noche en Oruro, mientras que afuera llueve y que las calles del barrio están llenas de lodo, nuestra pequeña comunidad cristiana debe ir a visitar a una persona enferma. ¿Qué hacer? ¿Ir y arriesgarse a atrapar una gripe? Decido ir al punto de reunión y veo que poco a poco otras personas se me unen. ¡Y tomados del brazo salimos en la oscuridad, bajo la lluvia y cantando! ¿De dónde nos viene esa alegría? De las condiciones exteriores, seguramente que no. Me doy cuenta entonces de que la alegría es un estado del corazón. Viene del amor: amo a esas personas y me siento amada por ellas. Tengo también la certeza tranquilizadora de que estoy allí donde debo estar, en ese momento preciso de mi vida… como, sin duda alguna, ustedes lo experimentan también en su vocación y misión.

A veces me decían: pareces feliz, ¿cómo haces para ser feliz en estos medios empobrecidos, en condiciones sociopolíticas difíciles? Después de haber reflexionado a esta pregunta, me doy cuenta de que encontraba la fuerza y el consuelo en el hecho de trabajar con la gente para crear mejores condiciones de vida, y actualizar así el proyecto de amor de Dios para que la dignidad de cualquier persona, la justicia y la igualdad de los derechos sean respetadas.  La Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia, como siempre, nos animaban y orientaban en nuestros compromisos por construir un mundo más justo y más humano.

De regreso a Canadá, brindé servicios en el Instituto lo que me llevó a conocer a las oblatas y personas de varios países. Habiendo terminado este servicio, fui a vivir y a trabajar en un batey en la República Dominicana, en períodos de seis meses a la vez. Actualmente, vivo en un apartamento en Montreal y continúo mi misión brindando diferentes servicios en apoyo a los demás en la realización de su propia misión. De esa manera el Señor me da también la alegría de hacer servir mis experiencias pasadas.

En todo mi recorrido de vida gozo de una espiritualidad enfocada en el amor, el servicio y la serenidad. Es la espiritualidad que el Padre Parent legó a nuestro Instituto. Además de momentos de oración, se trata de 5 actitudes que cualquier persona puede aplicar en su vida.

* Acoger la presencia de Dios. Estando consciente de Su presencia activa y cariñosa en todo y por todas partes, puedo permanecer serena, menos estresada; tengo la certeza de que siempre está a la obra en mí, en cada persona, en la historia de la humanidad y en el corazón de los acontecimientos.  (Marcos 4, 26)

* Abstenerse de crítica destructiva interior y exterior. * Abstenerse de queja inútil interior y exterior. Habitada por estas dos actitudes, me entreno a buscar lo bello y lo bueno en el otro y a mirar todo acontecimiento con más lucidez. Puedo entonces gozar de relaciones interpersonales enriquecedoras e intervenir lo mejor posible, para remediar a las situaciones problemáticas. Tras Jesús estoy llamada a asumir las dificultades y los sufrimientos como una participación al misterio pascual.

* Estar de servicio con un espíritu de gratuidad. ¡Qué liberador es responder a las verdaderas necesidades del prójimo, estar a su servicio sin esperar nada a cambio!  Se trata de la felicidad de servir por amor, como Jesús, como la Virgen María.

* Ser artesana de paz. La paz que nace del amor está hecha de unidad, de caridad, de perdón y de reconciliación. Pido al Espíritu Santo que me transforme para vivir estos valores portadores de paz. Experimentando yo misma la tranquilidad de espíritu, permanezco atenta para construir la paz allí donde me encuentro. ¡La verdadera felicidad está llamada a ser compartida!

En el corazón de nuestras vidas y frente a lo que sucede en el mundo, somos testigos de que, en los momentos difíciles, una cierta felicidad puede surgir de la solidaridad entre las personas. Vivir en comunión con los demás brinda pequeños rayos de esperanza y de valor que alimentan la felicidad tan buscada por cualquier persona, cualquiera que sea su raza o cultura. Por mi parte, soltera, laica consagrada, tengo la dicha de tener diferentes redes donde puedo compartir lo esencial de la vida: las miembros del Instituto, mi equipo de oblatas, los miembros de mi familia, la comunidad parroquial, amigos y amigas, vecinos… ¡Doy gracias al buen Dios!

Con el paso de los años, en medio de mis certezas, dudas, logros, fracasos, risas y lágrimas, mi encuentro con el Señor me llama a fundar mi felicidad sobre Su amor en cualquier circunstancia. Con la ayuda prioritaria de la Palabra de Dios, las enseñanzas de la Iglesia, las Constituciones de mi Instituto, aprendo a ejercer mejor mi libertad tomando las mejores decisiones posibles y administrando mis sentimientos y reacciones. Un bello regalo de la Vida, es sentir felicidad cuando no tengo ninguna razón aparente de estar feliz. La felicidad no es nunca adquirida de una vez por todas; ¡cada momento presente es una buena ocasión para acogerlo, saborearlo, propagarlo!

Simone Huneault

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